De pronto, todo es silencio. Ni siquiera hay murmullos ni sonidos de copas. El eco del violento y fugaz Grito de Rafael Moreno Valle ha quedado en el aire del zócalo capitalino. Apresurado y molesto, el mandatario baja las escalinatas del Palacio Municipal junto a su esposa Marta Érika y cruzan el patio. Él no saluda, no sonríe ni mira a su alrededor. En su segundo grito independentista, a Moreno Valle sólo lo acoge ese silencio del panismo de cepa, ese silencio con tufo de reproche. Un par de aplausos, que nadie sigue, interrumpe sus pasos, pero a él poco o nada le importa, se pierde en la puerta y tras él, sus esbirros del Congreso y del gobierno que le celebran el desaire.
Rafael Moreno Valle intenta repetir su osadía del año pasado: salir solo al balcón presidencial a dar el Grito de Independencia. Así lo marca, otra vez por segundo año consecutivo, el protocolo realizado por el gobierno del estado. Pero ésta vez a Eduardo Rivera no lo toma por sorpresa.
El mandatario olvida la guardia de honor a la bandera que se hace antes de salir al balcón, toma el lábaro patrio y camina hacia el mirador. Eduardo Rivera le da dos pasos de ventaja y camina tras él. La seguridad de Moreno Valle está confundida, revisa el protocolo y eso no está permitido. Eduardo Rivera sigue caminando tras el mandatario.
Un guarura se tira al piso e intenta detener a Lalo Rivera, pero no hay forma. En tres segundos, el alcalde está parado tras el mandatario y éste no logra disimular su enojo. Los agentes de seguridad se van contra la primera dama del Ayuntamiento capitalino. Tampoco la dejan avanzar.
Eduardo Rivera extiende la mano y acerca a su esposa Liliana Ortiz, quien se queda a la misma altura que Marta Érika. Y Moreno Valle no puede soportar su ira pero su telepromter ya había empezado la letanía heroica: “Mexicanos vivan los héroes que nos dieron patria. ¡Viva Hidalgo! ¡Viva Morelos! ¡Viva Josefa Ortiz de Domínguez! ¡Viva Allende! ¡Viva Aldama y Matamoros! ¡Viva Guerrero! ¡Viva la Independencia! ¡Viva Puebla! (…)”.
Entonces, Moreno Valle ignora la segunda guardia a la bandera. Ya no sale otra vez al balcón. Todo ha terminado y ni siquiera han pasado 10 minutos desde su arribo al Palacio Municipal. Sale del Salón de Cabildo y se dirige a las escalinatas.
Argumenta ante el alcalde que tiene prisa, que en Los Fuertes le esperan 20 mil poblanos y Paulina Rubio. No acepta ni un vaso con agua. Tampoco hace las tradicionales entrevistas con las repetidoras poblanas.
Baja las escalinatas, visiblemente molesto. Más apurado que cuando llegó. A su lado está Marta Érika, atrás el alcalde y su esposa; el secretario General de Gobierno Fernando Manzanilla; los titulares de los Poderes Judicial y Legislativo.
Moreno Valle cruza el patio del Palacio Municipal repleto de funcionarios, regidores y panistas de cepa: Juan Carlos Mondragón, Juan Carlos Espina, Rafael von Raesfeld, Ana María Jiménez, Augusta Díaz de Rivera, Rafael Micalco, Gerardo Maldonado y otros.
El reclamo fue en silencio. Fue pacífico. Eduardo Rivera se demora en regresar al Palacio porque se queda a hablar con la gente. Incluso saluda a los desalojados del #yosoy132 y nadie le reprocha nada, ni siquiera que en el zócalo no haya habido garnachas gratis como en Los Fuertes.
Eduardo Rivera entra al Palacio y sube a las entrevistas. Unos 40 minutos después baja las escalinatas con Liliana Ortiz de la mano y sus invitados y los panistas de ultraderecha se ponen de pie y lo reciben con aplausos.
Y son ya casi las tres de la mañana, y el alcalde sigue en su fiesta con sus invitados. Mientras que Moreno Valle celebra en la intimidad con sus amigos.